lunes, 23 de enero de 2012

El viajero y la expedición de ensueño


¡Sigue caminando, sigue a tus pies! Es lo que me digo cada mañana, lo que susurro antes de dormir y lo que grito cuando caigo. En el mundo de allá afuera, en mi mundo aquí dentro, me encontraba solo, con metas, ideales, principios, convicciones, amigos, familia, una casa, una mesa, sí, con casi todo, sin embargo dormía para despertar, pues vivía en un sueño, ya que antes golpeado por las mismas ilusiones que yo mismo había creado, y que pensé en algún momento que eran reales. Decidí indiscutiblemente vivir la vida que todos viven, esa vida a ojos abiertos en la que todos nos encontramos, hasta que cierto día, escuché una leyenda.


Todos los charlatanes engreídos gritaban por todas partes: “Así es señores, yo daría mi vida entera por conseguirla, dejaría todo atrás por ir a buscarla, regalaría todo lo que me queda de vida por contemplarla y hasta vendería mi alma por saber que existe realmente”, deshonestos fanfarrones, solo me preguntaba cómo serían capaces de todo eso si ni siquiera lo habían intentado, si ni siquiera habían ido en su búsqueda, si ni siquiera la conocían. Por cierto lo que todos buscaban era una flor, la más hermosa de todas, única en todo el mundo, tan poderosa en sí misma que se dudaba de su existencia, pues nadie jamás la había visto o tocado, simplemente se conocía todo lo que causaba en el ser humano, pero nuestra naturaleza, lamentablemente nos hace desconfiar de lo que no vemos o conocemos.


La naturaleza humana, la nuestra, también nos hace ser terriblemente curiosos, y sí, también ilusos, porque aunque la mente nos diga que no es buena idea perseguir algo de lo que ni siquiera estamos seguros, el corazón nos hace aferrarnos a esas cosas, a seguir nuestros sueños y continuar. Las semanas siguientes, invertía todo mi tiempo conversando con muchos viajeros, me seguí topando con charlatanes que no tenían idea de lo que decían, solo repetían lo que escuchaban, pero algunas veces me encontré con aquellos que lograron describirme casi a la perfección lo que su cuerpo y alma, tanto física como espiritualmente habían sentido, eso hizo crecer aún más mi esperanza, de que algún día, y esperaba que muy pronto, yo comenzará mi viaje en búsqueda de tal felicidad.


Recuerdo todavía cuando fue que finalmente tome la decisión de ir a por esa extraña flor, me encontraba sentado, teniendo casi todas las cosas para ser feliz, no obstante padecía de un singular mal que me consumía día a día, un eterno vacío que no me hacía nada bien, tenía que hacer algo al respecto. Tal como lo imaginé, el viaje amenizaba mi alma, mejoraba mi humor, ganaba muchas experiencias, aprendía muchas lecciones y también conseguí muchas más y buenas amistades.


El hacer todo lo que hago o quiero hacer con esfuerzo y muchas ganas, se ha vuelto mi forma de vida, no solo eso, es un estilo de vida, hacer lo correcto aunque eso no me haga rico o famoso, es lo que yo creo que es correcto, y dicen que la mejor almohada para dormir, es una buena consciencia. Otras cosas sobre mí, como mi ciega e ilusa fe, mi inagotable esperanza, la extrema confianza en los demás, mi facilidad para perdonar rápidamente y mi sereno carácter, signos de debilidad para muchas personas, ciertas ocasiones se convirtieron en fuente de dolor que solo arremetieron contra una sola persona, contra mí.


Pocas veces he creído estar cerca por fin a la legendaria flor, era tal como me lo habían narrado los buenos y honestos peregrinos, en serio la sensación de satisfacción por haber conseguido tu felicidad es indescriptible, pero se olvidaron de decirme algo, para conseguirla, tú tenías que dar mucho más y sin esperar algo a cambio. Luego lo entendí, no me lo dijeron, pues permitieron que yo mismo lo descubriese, ahora veo porque los charlatanes hablaban y hablaban, y al escuchar sus palabras solo sentías una fría brisa en los oídos, pues no provenían del corazón.


Cuando estaba listo y decidido para renunciar a toda esperanza de encontrarla, apareció como un fulgor resplandeciente, inundó todos y cada uno de mis sentidos, iluminó todas las grises esquinas de mi ser con una potente tonalidad de colores sobrenaturales, sentí como lo demás simplemente se opacó, apostaría cualquier cosa a que las flores en su presencia no florecen así sea la primavera más poderosa, los vientos no soplan; al contrario la acarician suavemente, el cielo palidece ante tanta magnitud, la tierra tiembla orgullosa por sentirla en ella y hasta la más fría de las cosas se enternece y conmueve solo con verla. Tal era mi sorpresa al indagar mis alrededores, no encontraba la flor. ¿Entonces que avivó todas esas emociones en mí, todo este tiempo? ¿Me había quedado yo dormido un momento? ¿Es tan solo una ilusión causada por la belleza y calma que inspiraba el lugar? ¿Qué fue entonces?


Seguí caminando y sobre mí se alzaba el sol, el más naranja que había visto, tanto era su brillo que parecía incendiar a las nubes mañaneras a su lado, percibía el viento fresco en mi rostro, notaba la firme tierra sobre mis pies mostrándome el camino a la gloria, me dirigía a la montaña más cercana del lugar, una de las más majestuosas del planeta y sin mencionar que era la más difícil de escalar. Ya todo eso no importaba, mi intuición me decía que a donde me llevaran mis pies, la encontraría al fin, y todos los riesgos que correría, valían la pena y mucho más, solo continué.


Estaba por llegar a la cima, de más está describir el arduo camino que pasé hasta llegar donde estoy, solo los viajeros, fieles de la verdad, conocen y conocerán todo por lo que tuve que pasar, no fue nada fácil, pero totalmente confortable. No desviaba la vista del frente, quería ser el primero en verla, quería ganarles al cielo, al viento, a la tierra incluso al mar. Esa bella imagen que penetró a través de mis ojos y llegaron hasta mi alma, ocasionó que mi corazón se acelerará a mil por hora, el tiempo sin dueño parecía detenerse sin problemas, su sonrisa estremecía mi ansioso corazón, su temple irradiaba vigor y ella en toda su esencia, eran la promesa de la felicidad.


No era una flor al final. Al lado de una misteriosa amapola, se encontraba una linda chica, una hermosa mujer, ya la conocía, era ella quien me acompaño desde hace mucho, y hacía tanto bien por mí sin que me diera cuenta, fue con ella con quien me encontraba cuando pensé que encontré la flor, fue ella quien me salvó y me hizo perseverar, fue ella quien me devolvió las esperanzas y me regaló ilusiones, fue ella la de mis sueños y yo que no me di cuenta que ella fue la causa de todo lo que enterneció mi espíritu, ¡era ella! La chica a quien le gustaban las amapolas. Ahora sí entendí todo por completo, lo de la flor era una metáfora, lo que todos buscaban era el amor en el estado más puro, que no se ve ni se toca, pero se siente, que da ilusiones sin la garantía de hacerlas realidad, el que te empuja hacia tus sueños, el que te colma de esperanza. Es ella la que me transformó en amor y fe.


Aquel día al llegar comprendí que incluso si no la encontraba el salto de fe que di al buscarla, valía toda la pena y ahora que la tengo, la vale más, el amor es un riesgo que solo nosotros podemos decidir correr, pero que vale más la pena cuando se ama de verdad, y crece mucho más cuando es correspondido, pues no es un dar para recibir, ya que existen los no correspondidos que solo viven para dar, aunque sea de los más dolorosos. Por eso viajeros, ustedes que ya lo encontraron, siéntanse afortunados, sean benditos por lo que han recibido y atesórenlo pues los buenos amores solo son una vez, y a los que todavía no lo encuentran, tengan fe que cuando menos lo esperen, este llegará.


Desde ese día en la montaña, me encuentro a su lado, ella definitivamente llenó todos mis vacíos, esfumó todas mis dudas, alegra todos mis días y yo lo único que quiero en la vida, es poder devolverle el doble o más de lo que me da.