En
Italia, cerca de una hermosa iglesia llamada Monte de los Capuchinos vivían un
par de niños de 7 años, ambos muy grandes amigos desde pequeños, Caterina y
Giovanni, ya que sus padres que se dedicaban al ganado también lo fueron. Esas
tierras les pertenecían a ambas familias y a una más, de la cual solo quedaba
un único representante, Rocco, un solitario joven de 20 años, que había perdido
a sus padres y a su amada novia en un trágico incendio años atrás.
Caterina
y Giovanni aunque eran muy buenos amigos, solo jugaban juntos por las tardes, y
eso debido a que cada uno tenía una singular costumbre en un momento del día,
Caterina durante las mañanas y Giovanni por las noches. Comenzaba ya el
invierno en Italia, y Giovanni planeando muchas formas nuevas de juegos y cosas
por hacer, entabla una seria conversación con su amiga.
-Oye
Caterina, ¿qué tanto haces por las mañanas, que cuando voy a tu casa
preguntando por ti, me dicen que has salido? Además me dicen que no regresas
hasta la tarde.
-Muy
cierto, pero dime también entonces, ¿qué tanto haces en las noches, que cuando
voy a buscarte me dicen que no regresas hasta después de las 10?
-¡Está
bien, está bien! Te lo contaré pero si tú me dices antes, además yo te lo he
preguntado primero.
-¡Eso
no se vale! Bueno respetaré el orden por esta vez, ¡tramposo!
-Adelante
te escucho (riendo).
-Voy
a la Plaza San Marcos, subo a la cima de la Catedral y me acuesto en el cálido
suelo de mármol mirando al cielo, mi cielo favorito, el de las tibias mañanas.
Si te preguntas porqué hago eso, la razón es simple, me gusta ver el infinito
horizonte y darle forma a las nubes tan blancas como la nieve.
-Espera,
¿en serio?
-Sí,
¿qué acaso tiene algo de malo?!
-No
no, a eso no me refiero. ¿En serio vas a la Plaza San Marcos?
-Sí,
¿por qué?
-Porque
cuando voy y pregunto por ti, a veces me paso toda la mañana buscándote por
toda la ciudad, pero no voy a la Plaza porque pensé que no te gustaba, ya que
cuando te pregunté una vez si me querías acompañar una noche allá, me dijiste
que no sin dar razón.
-No
me digas que tú vas a la Plaza por las noches…
-Bueno,
entonces no te digo.
-¡Es
un decir! No seas tramposo de nuevo, ¡es tu turno de contarme!
-Voy
por las noches a la Plaza, también subo hasta la cima de la Catedral, me
recuesto sobre el suelo, mucho más frío pero refrescante, y me pongo a ver el
oscuro firmamento lleno de millares de estrellas, esperando para ser contadas y
constelaciones nuevas por descubrirse, algunos días se aparece la belleza
blanca de este cielo, esa que llamamos Luna.
-¿Cuentas
las estrellas y descubres nuevas constelaciones? Tengo curiosidad dime cómo lo
logras.
-Sé
que suena algo tonto, porque no se puede terminar de contarlas. Y cómo no sé
dar forma a las constelaciones existentes, yo creo las mías propias.
-Muy
interesante, pero me quedo con mi cielo mañanero.
-Solo
lo dices porque no sabes apreciar al cielo nocturno, ¡es mucho mejor!
-No
quiero discutir contigo, mejor ¡apostemos!
-Trato
hecho. ¿Qué apuestas?
-El
otro tendrá que ver el cielo que no sabe apreciar todavía, por una semana, y
luego de eso, con toda sinceridad tendrá que decir si le gustó o no. ¿Aceptas
Giovanni?
-Está
bien, pero el otro tendrá que acompañar al otro siempre. Así por fin podremos
pasar todos los días juntos como siempre ha sido.
-No
podría estar más de acuerdo con ello.
*
Y
así fue como una inocente apuesta de niños, consolidó y fortaleció una amistad
que duraría muchísimos años más, quizás hasta el cruel finito final del ciclo
de la vida.
Pasó
una semana completa, y ambos niños acordaron verse en la Plaza San Marcos una
tarde. Ambos charlaron honestamente sobre la semana vivida, y aceptaron también
que lo que vieron y sintieron a cada momento fue inimaginable, indiscutiblemente
hermoso. Sin embargo, como nunca, y la verdad que nunca habían peleado, pero lo
comenzaron a hacer, discutieron.
-Acéptalo
Caterina, te gusta más el cielo en la noche, te enamoraste de la luna, ¡tú me
lo dijiste!
-Pero
acepta tú entonces, que te encanta más darle forma a las nubes, ¡qué a las mismas
estrellas!
-¡Y
tú! Me dijiste que sueñas con algún día llegar hasta la luna.
-¡Pero
tú! Me dijiste que sueñas con volar sobre alguna nube.
-No
tiene caso discutir contigo. ¡Eres terca!
-¡Y
tú eres un obstinado! ¡Un mentiroso!
-¡Niños
ya! ¡Dejen de pelear, son amigos, por favor!
-¿Rocco?
(ambos).
-Sí
soy yo, siempre he estado aquí, siempre los observo y cuido, y es la primera vez
que los escucho hablar tan fuerte, y de esta forma.
-Discúlpame
Rocco, pero Caterina es una terca.
-Discúlpame
a mí también Rocco, pero Giovanni ¡es un tarado!
-Ya
tranquilos niños. Déjenme preguntarles algo, una sola cosa y respondan con toda
honestidad. ¿Qué es lo que más les ha gustado de esta semana? Respondan a la
vez, sin pensar mucho, que hable el corazón.
Al
unísono respondieron cada uno: “Pasar tiempo con ella” – “Pasar tiempo con él”.
Ambos se miraron sorprendidos y algo tímidos.
-Lo
ven, eso es lo que siempre quisieron cuando hicieron esta apuesta, pasar tiempo
el uno con el otro, porque si uno faltase ya nada sería lo mismo, ¿cierto?
-Es
cierto, cuando iba sola por las mañanas, todas las veces deseaba que él me
estuviese acompañando, pero nunca se lo pregunté.
-Y
yo, todas las veces que veía la luna, cada noche la veía a ella, la imaginaba a
mi lado, haciéndome reír como siempre, conversando de todo y de nada a la vez.
-Lo
ven niños, son muy buenos amigos, lo han sido y lo serán, jamás lo olviden.
Acerca de sus sueños…recuerden que “los sueños que no aterrizan, no nos sirven”
y punto.
-Te
refieres ¿a qué soñar muy alto es malo? (ambos).
-No
me refiero a eso (sonriendo). Les explicaré: Tener un sueño y vivir creyendo
que es posible, pero no poner el alma para hacerlo realidad, eso es un sueño
que no aterriza. Entonces siempre, siempre recuerden que los encargados de
hacer realidad algo, cuando realmente se quiere y sabemos que vale la pena,
somos nosotros. Cada uno es el piloto encargado de hacer aterrizar hasta el más
anhelado e imposible sueño.
*
Luego
de aquel día Caterina y Giovanni, disfrutaban con más intensidad los días de
amistad que pasaban juntos, se apoyaban, se estimaban, se tenían afecto y mucho
cariño, se entendían y comprendían, se peleaban pero se amistaban más rápido, y
sobre todo se querían en demasía.
-Giovanni,
Rocco me cae muy muy bien, debemos invitarlo a partir de mañana a sentarse con
nosotros.
-Tiene
toda la razón, su compañía y sabias palabras, son realmente reconfortantes.
Aldo Ríos Flores